SANTO DOMINGO. Juliana Oneal e Isabel Peña van mucho más allá de lo que han exhibido en sus respectivos mundos profesionales. No hablamos de dos simples nombres femeninos, sino que se trata de seres humanos extraordinarios, de esos que hacen faltan en sociedades que viven permanentemente promoviendo el pesimismo y el conformismo como plataforma de vida.
Ambas, aunque laceradas en sus cuerpos por el cáncer, esa enfermedad no ha podido doblegarles el espíritu ni mucho menos arrebatar las sonrisas que, a pesar de la adversidad, regalan como incentivo a la construcción de una sociedad dominicana solidaria, equitativa y justa.
Juliana, exquisita merenguera, ha afrontado la enfermedad desde los once años de edad; Isabel, quien ha destacado en su profesión de periodista, batalla desde 2014.
En caminos diferentes, les han dicho sí al optimismo de la vida, dando ejemplo de que el bienestar permanente no se logra hasta luego de muchos años de esfuerzos y de no cansarse en llevar una vida entregada a la bondad.
La actitud de estas gladiadoras contrasta con un colectivo, afortunadamente minoritario, que en el país apuesta a una sociedad del odio, de la envidia y la maldad. Son relativistas que solo piensan en lo que les conviene y abominan del éxito de los demás, independientemente de que resulten beneficiarios de manera tangencial.
Oneal le roba cada vez más tiempo a la enfermedad para dedicarse a hablar de la vida y de su pasión, que es la música y el canto; y Peña para el periodismo, sea desde la pantalla chica o la comunicación corporativa.
El optimismo posible ha sido una terapia fundamental para luchar contra una dolencia que ha sido un dolor de cabeza para la ciencia.
A esa sociedad del optimismo es la que hay que apostar en la República Dominicana. Y hay que comenzar con los niños, niñas y jóvenes a través de la incorporación a la currícula del sistema educativo, estrategias para trabajar en todas las áreas y asignaturas, los principios y valores éticos que tradicionalmente han caracterizado a la familia dominicana.
La formación ética es fundamental en la situación que estamos viviendo; no basta con formar buenos profesionales, con conocimientos y competencias de calidad en diversas áreas, sino que hay que incluir también los valores como principios esenciales, ya que nos caracterizan como seres humanos, aportan soluciones aplicables a los problemas fundamentales de nuestra vida cotidiana.
Los valores sin acción son iguales a la incongruencia. Si queremos ver un país diferente, una sociedad más equilibrada, justa, responsable, innovadora y un futuro más alentador y competitivo, entonces es el momento de reflexionar y tomar en cuenta el significado de los valores más trascendentales para nuestra vida y para la sociedad.
En la medida en que se fortalezca la formación en valores éticos, sociales, culturales y humanos, en término generales, lograremos que nuestros niños, jóvenes y la sociedad en su conjunto, pueda romper con los prejuicios que han ido generando indiferencia y falta de compromiso frente a los problemas colectivos.
Y podríamos lograr una nueva generación de dominicanos y dominicanas más optimista, solidaria, humana, capaz de convivir en paz, de igual a igual.
Todos iremos, más temprano que tarde, al polvo de dónde venimos; pero Juliana e Isabel representan ejemplos de la sociedad a que debemos aspirar los dominicanos y dominicanas, aquella que simbolice el optimismo que conduce a la victoria frente a las adversidades que suelen presentarse en el camino de la vida. LUIS GARCIA, EL DIA
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